Alsacia es una pintoresca región situada al este de Francia, justo en la frontera con Alemania y siempre bañada por afluentes que culminan en el Rin. Si fuésemos a dar cuerpo al antiguo continente, a Alsacia le correspondería el cacho más alegre del corazón de la vieja Europa por el encanto de los pueblos alsacianos, la belleza de sus paisajes y la imponencia de los castillos y de las iglesias, que parecen sumergirnos entre las leyendas de las bisabuelas.
En Alsacia todo está sacado de un cuento de los Hermanos Grimm o de Christian Andersen: los entramados de madera de las casas repletas de flores, los puentes de arcos y piedras, las columnas románicas y las monturas góticas de los edificios, el aire trasparente y el verde perfecto de los viñedos que se pierden más allá del horizonte.
Y es que los alsacianos poseen uno de los territorios más extensos del cultivo de la vid en Europa, con aproximadamente 170 kilómetros de mares de parras, que aportan a la economía cientos y cientos de barriles y botellas de variedades indiscutibles de entre los mejores vinos del mundo.
Los vinos de Alsacia son un acontecimiento para los sentidos. Los Rieslings pueden ser espectaculares para comenzar a sentir el sabor afrutado y ligeramente salino de los blancos alsacianos, de tacto cremoso al paladar, que permiten sentir más que saborear y alardean como un adolescente lleno de energía, dejando un gustazo a vida que dura mucho más que un momento.
Sin embargo, de la variedad Gewurzirtaminer se elaboran vinos sensuales y suaves, vinos que parece que te susurran al oído con el candor de un blanco delicado que invita a bailar al compás de un jazz. Este es, sin dudas, un vino para enamorar.
Los vinos hechos de la variedad Tokay-Pinot Gris son, en mi opinión, los que más evocan un viaje por Alsacia. Y es que cuando los degustas, caminas más que bebes, observas y disfrutas de la nobleza de la región, y el vigor que ofrecen al paladar brinda una nota de redundante placer que despierta la absoluta felicidad. Beber una copa de estos vinos es el colofón de la Route des Vins, el resumen de un recorrido en el tiempo que hace de la visita a Alsacia parte de un momento especial de nuestras vidas.
Pero, lo más importante de los vinos de Alsacia es la tradición histórica que podemos disfrutar mientras recorremos sus entornos.
Entre septiembre y noviembre de cada año se produce la vendimia de las parras alsacianas. Y la cosecha, tardía para colectores de otras regiones, es de los mejores panoramas para el turista que visita la Ruta. En ella se expresan maneras de hacer el licor que se remontan a cientos de años, a momentos de guerra y a episodios de concordia, que dieron al proceso el toque característico que posee hasta los días de hoy. Es además, la oportunidad que ofrecen muchos recolectores a los siempre curiosos viajeros de participar en tan especial acontecimiento mediante la cosecha y las fiestas que se van sucediendo desde abril hasta octubre en los sesenta y siete municipios que forman parte de la Ruta, y que se remontan a las épocas báquicas del imperio romano.
Allí, aderezados con los vinos Alsacianos también están los platos tradicionales de la región: el delicioso chucrut (col en salmuera cocida con Riesling y acompañada con tocino y otras carnes de la zona), el baeckeoffa (abundante cocido) o el ligerísimo kugelhopf como postre de salida a la ocasión.
Así las personas, las costumbres, las historias, la naturaleza, las comidas, los bien llevados amigos y la familia pueden hacer de Alsacia un lugar de obligado destino para adentrarnos en el corazón alegre de la gran Europa, y más que eso, Alsacia es el sitio de obligado retorno para volver a enamorarnos y a reconciliarnos con la vida agitada de los tiempo modernos.
Pero, al regreso a casa, vale traer con nosotros un botella de aquel vino tan cercano para recordar los mejores momentos de las vacaciones. Porque Alsacia tiene la suerte de poder darnos unas copas de sí para que siempre evoques el profundo sabor de su tierra