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El museo del genocidio de Camboya es una de las tantas muestras que existen a lo largo del mundo de las atrocidades que el ser humano es capaz de hacer por la codicia del poder. Desde el año 75 al 79, los Jemeres Rojos gobernaron Camboya de una manera atroz, asesinando a un cuarto de la población del país. Muchos de los camboyanos asesinados fueron antes torturados y obligados a realizar trabajos forzosos en campos de concentración. Parte de estas torturas se realizaron en Phnom Penh en un edificio denominado por los seguidores de Pol Pot S21 o Tuol Sleng. Fue aquí, en el lugar donde murieron más de 15.000 camboyanos, donde se ha creado el museo del genocidio o museo de los crímenes genocidas. Después de la caída del régimen, los Jemeres Rojos se marcharon a Anlong Veng, donde resistieron hasta finales de los 90.
Sí, Camboya es un país que enamora a cada uno de los viajeros que deciden poner un pie allí. Pero, lamentablemente, también es un país que pone los pelos de punta a cualquiera que quiera saber sobre su historia más reciente. No obstante es una época que interesa mucho y se han hecho varios libros y películas sobre esta época.
Si decides viajar a este país del Sudeste Asiático y no te quieres perder ninguno de los lugares imprescindibles de Camboya, te vas a dejar caer por Phnom Penh. Si es así, no olvides pasarte por el museo del genocidio o S21. No es una visita fácil ni agradable, como podría ser la visita al Palacio Real de Phnom Penh. Pero para entender mejor la sociedad camboyana actual, es necesario conocer su pasado más reciente.
Yo no soy para nada amiga de estos lugares. Los suelo evitar, ya que no lo paso nada bien y acabo con demasiado mal cuerpo. Pero fue en Camboya donde me armé de valor por primera vez, parte por el deseo de conocer mejor la historia de una país del que, hasta entonces, poco sabía. Por eso pienso que este museo debería estar incluido en tu ruta por Camboya.
Museo del genocidio S21: mi experiencia
Puede que el primer bocado de mi viaje por Camboya fuera demasiado fuerte, pero sentí que era ahora o nunca. Lo que primero visité casi nada más aterrizar, fue el museo del genocidio. Este lugar está rodeado por unos muros coronados con unos alambres de espinas. Por eso, antes de entrar, sabía que no iba a pasarlo bien en esa visita. Cogí aire y entré. Después de pagar la entrada, me encontré en un patio. Un cartel recordaba las absurdas y brutales normas que debían seguir los prisioneros.

¿Por donde empezar? ¿Hay un orden en el que visitar este tipo de lugares? En el escueto folleto que me dieron, diferenciaba cuatro partes en el S21: A, B, C y D. La primera pertenece a las habitaciones donde la gente era torturada. Las otras tres las celdas en las que mantenían a los prisioneros hasta que les volviera a tocar el turno para sacarles información que la mayoría no tenía.
En cada una de las salas pude aún sentir una mínima parte del sufrimiento y el dolor de las personas que perdieron la vida ahí. En muchas celdas incluso quedaban todavía restos de sangre. Pero por mucho que intentes hacerte una idea de lo que cada una de esas personas vivió, por suerte, no podrás acercarte ni de lejos a la realidad.
Fotografías con todos los rostros sin miedo de los que pasaron involuntariamente por ese lugar rodeaban algunas de las salas. Miradas demasiado serenas quedaban como testigos de su paso por el S21. No se discriminaba entre hombres, mujeres o niños. Todos eran sospechosos, todos torturados, incluso si no habían todavía aprendido a hablar.

Para terminar, los rostros de los verdugos. La mayoría muertos. Solo unos pocos juzgados. Un puñado de ancianos a la espera de un juicio al que no llegarán, porque tendrán la suerte de morir antes. ¿Se puede salir impune de tales crímenes?
Sí, fue una experiencia dura que me hizo estremecerme y preguntarme cómo el ser humano puede llegar a semejantes límites. Hay preguntas que es mejor no comprender sus respuestas.