Mi amigo Fabian decidió hace un par de meses aprovechar sus vacaciones de este año para irse cuatro semanas de viaje en solitario por Tailandia.
En su primera visita al sudeste asiático le pasó todo lo que le podía pasar. Estuvo malo con fiebre, se perdió (aunque sin consecuencias graves), cambió de ruta de viaje varias veces porque los destinos que más ganas tenía de conocer fueron los que menos le acabaron gustando y viceversa, e incluso tuvieron que darle puntos en una herida que se hizo cuando su kayak se descontroló y se estrelló contra unos acantilados.
Según me iba contando el resumen de su viaje, empecé a sentirme cada vez más incómoda. Yo era la que más le había animado para que se lanzara a hacer el viaje y según me lo estaba contando, parecía que había sido una tortura. ¿Me había equivocado recomendándole ese destino?.
Sin embargo, todo cambió cuando dijo: el viaje me ha impactado tanto, que ahora tengo muchísimas ganas de seguir descubriendo todo lo que me he perdido estos años, pensando que todos los destinos eran al final muy parecidos. Tailandia me ha abierto los ojos; sobre todo al volver.
Le pedí que me explicara por qué decía eso y qué era lo que le había impactado tanto. Cada persona es un mundo y aunque a mí el viaje que él acaba de hacer me había enamorado, nunca se sabe la experiencia que otra persona puede tener en el mismo lugar.
Fabian me dijo:
“Aunque tuve fiebre y pasé muchas horas en autobuses, nunca me había sentido tan relajado. El ambiente que se respiraba era diferente; me sorprendió ver a personas tan pobres pero tan contentas; era como si una voz no parara de repetirme que había olvidado la felicidad de las pequeñas cosas, de las pequeñas experiencias, del día a día viviendo en presente y no pensando en el futuro. Todo el mundo parecía disfrutar de lo que hacía; ya fuera estar cocinando en un puesto callejero o vendiendo ropa en un mercadillo. Ver tantas sonrisas me transmitía un sentimiento de positivismo y bienestar.
Al volver a Alemania, fui a un supermercado para llenar la nevera y de repente me di cuenta de por qué había tenido esta sensación durante el viaje. La gran mayoría de las personas, desde los dependientes hasta los que esperaban en la cola para pagar, tenían el ceño fruncido y parecían estar muy estresados. Me pareció ridículo darme cuenta de que, a pesar de que a ninguna de estas personas les faltaba de nada, todos parecían tener un motivo para estar de mal humor.
Desde entonces siempre que me acuerdo, intento mantener una sonrisa cada vez que salgo a la calle. No me cuesta nada y puede hacer una diferencia mayor que la que pensaba»
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¿Y tú, alguna vez has aprendido algo de viaje que te haya ayudado en tu día a día? ¡Anímate a compartirlo en los comentarios!
4 Comments
Que bonito 🙂 Pues ya puedes estar orgullosa al saber que ese viaje que recomendaste a marcado la vida de alguien *-*
Muchas gracias :), la verdad es que me alegré mucho por él
lo mejor de los viajes es que nos invitan a recorrernos por dentro nosotros mismos, al mostrarnos la realidad desde otros ángulos y enseñarnos a mirar con otros ojos.
Exacto! – «El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos» (Marcel Proust)
Saludos