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28 octubre, 2020¿Estaba verdaderamente loco el rey loco de Baviera?


El icono por excelencia de la región alemana de Baviera es el castillo de Neuschwanstein, un castillo de cuento de hadas que se alza en un entorno idílico: en los alpes bávaros y a los pies de los lagos Alpsee y Schwan. El artífice de tal construcción fue Luis II de Baviera, al que se conoce como el rey loco.
Es un personaje fascinante que escribió en una ocasión: “Un eterno enigma quiero permanecer para mí y para los demás”, y ese enigma sigue fascinando hoy en día. La fascinación en torno a la figura de Luis II y “su locura” es innegable pero, ¿estaba realmente loco el rey loco de Baviera?
Infancia y adolescencia de Luis II de Baviera
Para poder contestar a esta pregunta debemos conocer su historia. Luis de Wittelsbach nació el 25 de agosto de 1845 en Munich y fue hijo del rey Maximiliano II de Baviera y de la princesa María de Prusia. Era el heredero de la corona y su infancia estuvo marcada por una severa educación, a base de trabajo duro, castigos e incluso hambre.
El propio Luis II llegó a escribir: “Fui obligado a someterme a la voluntad de maestros torpes e insensibles… Todo lo que tuve que aprender me parecía estúpido, absurdo e inútil,” De hecho, algunos de sus biógrafos explican que su excéntrico comportamiento se puede explicar por la presión que supuso haber crecido en el seno de la familia real.
A pesar de esa presión, parece que Luis II pasó una infancia y adolescencia felices. Solía pasar los veranos en el Castillo de Hohenschwangau y allí debió pasar momentos felices, rodeado de un entorno natural idílico. Ese lugar fue el que luego eligió para construir su castillo de Neuschwanstein.
Durante su adolescencia empezó su pasión por la música de Richard Wagner, su amor por la poesía y la naturaleza. También fue muy importante su amistad con su prima Isabel de Baviera, conocida como Sissi.
Reinado de Luis II de Baviera
Con tan solo 19 años, en 1864, Luis sucedió a su padre y pasó a ser Luis II de Baviera. Subió al trono sin experiencia ni de la vida ni de la política. De este hecho él mismo fue consciente y, años más tarde, reconoció: “He sido rey excesivamente pronto. No he aprendido lo suficiente. Había comenzado tan bien, estudiando derecho público. De repente fui arrancado y sentado en el trono.”
Durante su reinado fueron dos los principales problemas a los que tuvo que enfrentarse: el intento frustrado de engendrar un heredero y las relaciones con Prusia.
Luis II estaba comprometido con su prima, la princesa Sofía, pero nunca se llegaron a casar. Hay constancia de que tuvo varias relaciones con hombres, ya que así consta en su diario personal. En él contaba que tenía que reprimir sus deseos sexuales y mantenerse fiel a los dogmas católicos. Luis II era un hombre profundamente católico y probablemente su atracción por los hombres le causó frustración y malestar mental, en definitiva, a «su locura». Además aunque la homosexualidad no era punible en Baviera desde 1813, la Unificación de Alemania en 1871 bajo la hegemonía prusiana cambió eso.
En 1866, nada más comenzar su reinado, Luis II de Baviera sufrió la mayor derrota de su vida: Prusia venció a Austria y Baviera en la Guerra Alemana en 1866. Desde entonces Baviera dependería de Prusia en política exterior, por lo que Luis II se convirtió en un “vasallo” de su tío el rey prusiano.
Esta situación le dejó desilusionado y se retiró de Munich. Además poco a poco Luis II se sintió como una marioneta en manos de sus ministros, quienes decidían a su antojo. Así Luis II se fue retirando de la vida política y dedicó cada vez más tiempo y energía a sus edificios de fantasía.
El llamado rey loco fantaseaba con la idea de una monarquía santa por la gracia de Dios, pero la realidad era que él era un rey con poca libertad de movimientos. Por ello construyó su universo paralelo donde podía sentirse como un verdadero rey. Construyó varios castillos a lo largo de su reinado, aunque sin duda el más famoso es el castillo de Neuschwanstein.
El castillo de Neuschwanstein fue donde Luis II plasmó sus mayores excentricidades. Cuenta con 200 estancias, donde la más llamativa es la “Sala del Trono”, una lujosa sala inspirada en las iglesias bizantinas y dedicada a la monarquía. Además el castillo cuenta con numerosas pinturas inspiradas en las óperas de Wagner.

Sus últimos días
A finales de 1885, las deudas que tenía Luis II de Baviera estaban a punto de declararle insolvente. La familia real y los ministros estaban preocupados por esta situación y además existían rumores de que Luis II de Baviera podía sufrir problemas mentales.
En 1886 se le declaró incapacitado para gobernar y pasó sus últimos días en el Castillo de Berg bajo atención psiquiátrica. Esta decisión se dice que fue una estrategia familiar para apartarle del trono.
La muerte de Luis II también está rodeada de enigmas: el 13 de junio de 1886 Luis II salió a pasear con su psiquiatra el Dr. Gudden por el lago Starnberg pero no regresaron nunca. Al día siguiente los cuerpos de ambos aparecieron flotando sin vida en el lago. Nunca se sabrá a ciencia cierta qué pasó en realidad.
Entonces, ¿qué hay de su locura?
En una carta que el propio Luis II escribió al escritor Lew Vanderpoole en 1882 decía: “Soy sencillamente diferente a la mayoría de mis contemporáneos… Por eso motivo sufro de ser burlado, despreciado y calumniado. Me llaman loco”.
Está claro que Luis II de Baviera era inteligente, excéntrico y soñador. Era amante de la belleza, la naturaleza, la música y la poesía. Era un romántico que había sido estrictamente educado para su fin: subir al trono. Él no estaba hecho para esa vida y por eso al final de su vida quiso huir y alejarse de ella, se aisló en su castillo de Neuschwanstein y creó un universo paralelo.
Es posible que esa incomprensión que sufrió a lo largo de su vida y que le llevaron al aislamiento, pudieran tener algún tipo de repercusión en su salud mental. El informe médico que le declaró enfermo mental parece dudoso y probablemente fue una estratagema para alejar del poder a un monarca que, de cualquier modo, este rey loco solo deseaba gobernar en su mundo imaginario, en su castillo de Neuschwanstein.